“Los que nos prometen el paraíso
en la tierra nunca trajeron más
que infierno”, Karl Popper
Por Erubey Gutiérrez*
A lo largo de la historia de la humanidad, siempre han ido de la mano las creencias religiosas y el gobierno de las sociedades. Todos recordamos las infaltables tareas de la monografía de las culturas, y en ellas debías poner las actividades comerciales, los aportes artísticos, la forma de gobierno y la religión. Todo ello es parte del análisis de cada una de las etapas evolutivas de las civilizaciones. Sin embargo, a finales del siglo pasado y principios de este, se fue construyendo el concepto de que el Estado laico era aquel donde los gobernantes no debían tener religión alguna, y de ser así, no hacerla pública para garantizar la justicia e imparcialidad de sus actos sobre la sociedad en general.
Esta tendencia se fue dando en gobiernos mexicanos desde hace muchos años. Los presidentes se reservaban sus opiniones sobre el tema de las religiones y ni se diga acudir en público a servicios religiosos. Sin ser católico declarado, Carlos Salinas dio pie a la reforma constitucional que permitió el reconocimiento de las iglesias y reestableció las relaciones diplomáticas con el Vaticano, como un Estado soberano que tiene en el Papa su principal figura de mando. Es con Fox donde los protocolos de “laicidad” se pierden, él se declara católico y acude a misa cada domingo y en festividades de esa religión, incluso besa el anillo papal en la visita que le toca en su sexenio de Juan Pablo II. Calderón mantuvo recato de no hacerse ver tanto en los servicios religiosos, al igual que Peña Nieto. Esas mesuras se justificaban para evitar que los grupos políticos opositores, que tenían como parte de sus principios de doctrina política la laicidad e incluso el ateísmo, obvio hablamos de la izquierda como tal.
Pero ha pasado algo en los últimos dos años aproximadamente, incluso muy intenso en lo que va del año: el presidente López Obrador ha usado demasiado los conceptos religiosos para exponer su postura ante los hechos diarios de su gobierno y sus colaboradores. Contrario a lo que se esperaba de un político que militó muchos años en la izquierda, poco a poco, el discurso de cristiano protestante se ha incrementado ante cuestionamientos muy claros a causa de las fallas en la estrategia de seguridad, en las crisis de salud, en las dudas sobre sus programas sociales. “No es de buenos cristianos” ha repetido muchas veces desde las mañaneras o en su eterna gira de campaña que realiza cada fin de semana. El presidente ha dejado de ser una figura de autoridad, de control, de mando, de orden, para volverse un predicador, un pastor y, según con su declaración sobre compararse con Cristo por ser ambos “perseguidos”, ahora hasta se le puede definir como un iluminado… un mesías. La izquierda también se baña en agua bendita.
¿Pero qué problema puede causar que se use este lenguaje desde el gobierno de la República? Pues en teoría no debería pasar nada, el presidente tiene una religión personal, la cual se ha hecho más evidente a raíz de tomar protesta como primer mandatario, contrastando con el López moderado de los años anteriores y campañas pasadas, pero hasta ahí es su plano privado. Aquí el riesgo y el miedo van junto con algo que nadie puede negar (aunque si traducir a su modo): la realidad de un México en crisis de inseguridad, de salud pública y de polarización social. Es aquí donde el presidente se topa con la dura pared de los números rojos: incremento en el número de muertos por violencia, decremento en el plano económico, subejercicio presupuestal con recortes drásticos a planes, programas e instituciones, etc., etc. Cuando esto sucede, por más que el presidente diga que estamos “felices, felices, felices”, que México “va muy bien”, la Gloria que describe se oscurece con el Infierno que viven miles de personas por inseguridad, por enfermedad, por desempleo, por crisis económica familiar, por sus familiares desaparecidos o asesinados.
Hoy, donde muchos expertos y funcionarios encargados del análisis económico nacional e internacional auguran una recesión para el cierre de 2019, donde un grupo delictivo toma una ciudad para lograr impunidad, donde los robos diarios van al alza, usar la palabra divina no le va a bastar al presidente. Debe de empezar a gobernar y menos a predicar. Tomar en sus manos decisiones que ayuden a que el barco se nivele y deje de ir en picada. México aún no entra a una espiral oscura, pero si no se replantean muchas cosas… hay que sujetarse muy bien del tren, porque va de bajada.
*Licenciado en Ciencias Políticas