La leyenda del perro de Lucifer

2.10.2022
Historia

Cuenta la historia que en la época de la colonia, cuando San Juan del Río era apenas un conjunto de calles sin mucho orden, nació un perro callejero que no era como cualquier otro, pues muchos de quienes presenciaron su nacimiento, aunque sea con el rabillo del ojo, aseguraron que nació de un resplandor rojo.

Pasaron los días, las semanas y los meses, el perro creció para convertirse en un perro callejero más, aunque de inusual belleza. Tal vez esto fue lo que motivó a Hermenegilda Gámez, una anciana del pueblo que toda la vida había quedado soltera, a tomarlo y llevarlo a su casa (en la calle Cuauhtémoc), donde le dio cobijo, agua y alimento.

Sin embargo, no contaba con lo que sucedería. Una noche, el perro -ya mimado- miró a la luna llena. El animal se retorció por varios minutos. Sus patas incrementaron. Sus colmillos se afilaron. Sus ojos pasaron a ser tiernos a ser sólo un par de motas negras que miraban con odio aquel resplandor nocturno.

Salió de la casa de la mujer que le dio cobijo. Corrió a por las calles del centro, arremetiendo por las ventanas de las viviendas -que en ese entonces no eran muy resistentes- y llevándose a los niños.

Varias noches repitió la hazaña. Los pobladores primero se negaban a creer que esa fuera la causa de la desaparición de sus infantes. No fue hasta que un hombre -un borracho que salía de una cantina- alcanzó a verlo corriendo a toda velocidad, que comenzaron a formarse los grupos de búsqueda para darle caza.

Más astuto que los hombres que noche tras noche lo perseguían, fue un sacerdote que decidió esperar a que saliera el sol. Convencido de que el animal era un demonio tomando la forma de perro, se dio cita en la casa de la mujer a los primeros rayos de luz.

Sin preguntarle a la viejecita, que entre lágrimas aseguraba que no era su cachorro el que cometía aquellas maldades, el clérigo entró y clavó un cuchillo al perro, que -en defensa propia- le mordió la mano. La sangre, que brotaba a chorros, empapó las ropas del hombre, que con la enorme herida, vio como el perro moría debido a la apuñalada.

Algunos días después, un campesino que se encontraba en las afueras, encontró una cueva -que pareciera hecha por hombres- donde estaban todos los niños y niñas. Tenían algunas heridas, pero vivos. Ese mismo día, el sacerdote murió. En la cueva, encontraron el número 666 marcado con sangre.

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