El espíritu del fascismo: Benito Mussolini y el Imperio Romano

7.29.2020
Historia

En el recorrido por normalizar las instituciones contemporáneas anclando sus orígenes en el pasado, el fascismo intentó legitimarse como la continuación de la grandeza del Imperio romano, mientras que Mussolini se presentaba como el heredero de Augusto.

Si la autoridad militar de Augusto y la creación del Imperio fue el único medio para pacificar las disputas internas que rompían la unidad de las repúblicas romanas, el nuevo orden impuesto por Mussolini fue la opción adoptada por la democracia para frenar la revolución social.

En una época marcada por la revolución en Rusia y otros intentos revolucionarios en diferentes países europeos, el rey Vittorio Emanuele nombraba a Mussolini como primer ministro en 1922.

La antigua Roma fue la fuente autoritaria en la que se basó el ideario fascista, ofreciendo un precedente nacional de estado totalitario, orden militar y organización de cultura de masas. En realidad, el mito de Roma ha sido un referente ideológico desde la Edad Media, y ha sido usado como modelo de forma suprema de civilización –administración común; obras públicas que aún perduran; misma lengua; senado; arte; sede del cristianismo– incluso por países que nunca formaron parte del Imperio.

El pasado romano es una reserva de referentes históricos que han sido movilizados de forma simbólica al servicio de intereses divergentes, pero donde todos comparten una máxima de orden, poder político y reino de la ley.

El fascismo capturó el referente romano en diversas formas. En primer lugar, la historia se reescribiría con la creación del Istituto di Studi Romani, institución cuyo objetivo no era estudiar la antigua Roma, sino promover la romanità como valor supremo de la nueva raza fascista y, a su vez, presentar al fascismo como la continuación natural del Imperio. El Istituto di Studi Romani centralizaba la reescritura de la historia de Roma según el fascismo, encargándose de publicar manuales escolares, organizar exposiciones y congresos y difundir su labor en los nuevos medios de comunicación de masas.

Debido a que nunca se ha escrito tanto sobre la historia de Roma como en este período, la imagen fascista de la romanità se ha convertido en la imagen tout court de Roma y ha generado la difícil tarea de medir la diferencia entre la historia romana y el mito fascista de Roma. Por ejemplo, en 1937 se celebraba la Mostra Augustea de la Romanità en conmemoración del segundo milenario del nacimiento de Augusto. La exposición contaba la historia del Imperio mediante reconstrucciones que exaltaban su poder militar y terminaba en la sala titulada “la inmortalidad de la idea de Roma y el renacimiento del Imperio en la Italia fascista”. A pesar de que la historiografía actual considera la exposición como una imposición de categorías contemporáneas  –escuela, familia, religión, ejército– sobre la interpretación histórica del mundo romano, su colección forma la base del actual Museo de la Civilización Romana, el único que existe en la ciudad sobre el tema.

En segundo lugar, este esfuerzo ideológico se tradujo en el espacio urbano, y en la forma en la que los restos de la Antigüedad fueron exhibidos y restaurados. La continuación entre imperio y fascismo se visualizaba resucitando sus monumentos, lo que conllevaba dos operaciones complementarias y con una larga historia en la creación de capitales europeas: sventramento o demolición de todo lo que había a su alrededor; y reconstrucción idealizada del monumento en cuestión. Mussolini lo expresaba en su famoso plan para la reconstrucción del centro de Roma. Dirigiéndose a los arquitectos de la capital, les pedía en 1925:

“en cinco años Roma debe parecer maravillosa a todo el mundo: vasta, ordenada, potente como fue en tiempos del Imperio de Augusto (…). Todo aquello que haya sido construido durante los siglos de decadencia debe desaparecer. (…) Los monumentos milenarios de nuestra historia tienen que parecer gigantes en su necesaria soledad”.

Después de que Mussolini pronunciara sus ideas sobre cómo la nueva historia fascista de Roma debía tomar forma en la ciudad, comenzó una competición entre arquitectos, arqueólogos e historiadores en donde los resultados fueron más devastadores que las propias ideas que él mismo había concebido. Entre 1925 y 1940 gran parte de los monumentos de la Roma clásica fueron resucitados según la visión fascista de la historia y, aunque pueda parecer una paradoja, dichos monumentos adoptaron la forma por la que hoy son conocidos y admirados como señales de la grandeza del Imperio.

Durante estos años, las demoliciones dominaron el centro de la ciudad, liberando los edificios de la Antigüedad de una Edad Media considerada época de decadencia, y en donde sus edificios no eran más que “míseras casuchas”. La metodología del derribo y la reconstrucción idealizada que la acompaña fue aplicada al Teatro de Marcelo, al Mausoleo de Augusto y a toda la zona arqueológica de Roma, por lo que desapareció la trama urbana que existía alrededor del Capitolio, Coliseo, Foro de Trajano, Foro de Augusto, Foro de César, Arco de Constantino y Circo Máximo.

En este sentido, destaca la apertura de la actual vía dei Fori Imperiali, una avenida que une el Coliseo con el templo a Vittorio Emanuele –construido para celebrar la unidad nacional a fin del siglo XIX– y que fue inaugurada en 1932 para celebrar el 10 aniversario de la llegada de Mussolini al poder.

La Roma de Mussolini, en realidad, puso en práctica una serie de proyectos pensados durante el Risorgimento y la formación del Estado italiano. La designación de Roma como capital nacional en 1871 no solo activó el mito de la grandeza del Imperio y la promesa de su resurrección, sino que originó toda una serie de ideas sobre cómo adecuar la ciudad medieval a su nueva función. Identidad nacional, uso político del pasado y recreación del monumento histórico son elementos que, en realidad, han condicionado la configuración de la mayoría de las capitales europeas desde el siglo XIX.

En Roma, proyectos planteados entre 1871 y 1910 también abrían avenidas y reconstruían monumentos, pero no pudieron ser llevados a la práctica por la dificultad de las expropiaciones y la falta de presupuesto. El fascismo supuso una “aceleración” del espíritu del Risorgimento, tanto de la exaltación nacional como de la manera de visualizarlo en la ciudad, para presentar a Mussolini como el único capaz de resurgir el imperio.

Entradas relacionadas