El día que cayó el ‘Che’ Guevara

10.10.2020
Historia

Hoy se cumplen 53 años de la caída del guerrillero Ernesto ‘Che’ Guevara en Bolivia, por lo que el exdiplomático e investigador Froilán González reveló nuevos datos sobre el momento de la detención.

Aunque el asesinato se dio un día después del arresto; es decir, el 9 de octubre de 1967, al Che se le recuerda el 8, pues fue el día que fue herido y apresado.

“Pudimos reconstruir sus últimos momentos, la participación de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) de Estados Unidos y el lugar donde lo enterraron en secreto gracias a múltiples fuentes de amigos y enemigos, de generales que lo enfrentaron y hasta de una pareja de adúlteros que se solían reencontra en aquel paraje”, relató González.

El investigador identificó entre sus fuentes al agente de la CIA, Ricardo Aneída García, quien les había pedido mantener en secreto su identidad, ya que fue quien entregó los documentos con las nóminas de los agentes  de la CIA en Bolivia y las casas de seguridad.

“Nosotros mantuvimos en secreto el nombre de García hasta que él mismo rompió su anonimato al cumplir 80 años de edad y contar en público parte de la información que nos había dado”, dijo.

Relató que, tras su captura el 8 de octubre, “los militares bolivianos lo trataron con respeto hasta que el dictador (René) Barrientos recibió la orden de matarlo de parte de la embajada de Estados Unidos en La Paz”.

Agregó que fueron 12 los agentes de la CIA de origen cubano vinculados al asesinato y reveló incluso las amenazas que pesaron sobre el médico patólogo que debió decir que la muerte del Che fue en combate.

“Y esto lo supimos por el propio médico que se fue a trabajar en México y lo entrevistamos en un hospital de Puebla”, agregó.

Por el contrario, el agente cubano de la CIA, Félix Rodríguez, que participó en la captura del Che Guevara en Bolivia, asegura que la Agencia quería vivo al guerrillero para interrogarlo, pero que fue el gobierno de Bolivia el que ordenó su ejecución.

"Traté de salvarlo sin éxito", afirma, aunque considera a Ernesto Guevara de la Serna "un asesino”, revela en una entrevista al diario español El País.


Su captura

El domingo 8 de octubre, Félix Ismael Rodríguez, un joven agente de la CIA, se encontraba instalando un equipo de radio en un avión en Vallegrande, cuando el mayor Saucedo le anunció que se había capturado a un guerrillero herido, sin saber aún si se trataba del Che. Cuando se confirmó que así era, se ordenó despejar el área de la localidad de La Higuera para interrogarlo «y que se mantuviera toda su documentación intacta para que no se repartieran cosas de su valija como souvenir».

“Esa noche tuvimos una recepción en el hotelito en Vallegrande con velas, porque no había electricidad, y yo saqué dos botellas de Scotch que había comprado para un evento tan especial y brindamos”, relató a ABC.

Rodríguez pidió a Zenteno Anaya acompañarlo al día siguiente a La Higuera, a lo que accedió, de modo que a las siete de la mañana fueron hasta allí, no sin antes enviar un mensaje a la sede de la CIA en Langley (Virginia) para avisar de que se había capturado vivo al Che.

“Les decía también que, si lo querían mantener vivo, se movilizaran al más alto nivel, porque esta gente no estaba manteniendo prisioneros”, agregó.

Los bolivianos tenían al Che en la escuela de La Higuera en un edificio rústico, con paredes de barro y techo de paja, según relata.

En el interior había dos habitaciones divididas por una pared que no llegaba hasta arriba. En la de la izquierda estaba Guevara y a la derecha otro guerrillero, Simeón Cuba Sarabia, «Willy». Entró en la habitación, junto con otros oficiales bolivianos.

“El Che estaba junto a una ventanita a la izquierda, tirado, amarrado de pies y manos, y en la pared de atrás estaban los cadáveres de dos cubanos muertos en combate. Tenía un balazo en la pierna, entre el tobillo y la rodilla, y había sido curado. La venda blanca que le cubría la herida se veía limpiecita, aunque la sangre la estaba mojando”, recuerda.

El coronel Zenteno Anaya le empezó a hacer preguntas, pero «el Che lo miraba y no le contestó absolutamente nada, hasta que Centeno se molestó y le dijo:

- “Oigame: usted es un extranjero y ha invadido mi país. Lo menos que puede hacer es tener la cortesía de contestar”», asegura.

El coronel salió «molesto» y él le pidió que le dejara fotografiar para el gobierno de EE.UU. la documentación Che Guevara, a lo que también accedió. En una cartera amarillenta, tenía un diario grande, fotografías de la familia, medicamentos para su asma, unos libritos de claves (uno con números en rojo para cifrar y otro en negro para descifrar) y unas libretas con mensajes de un tal Ariel, cuenta a ABC.

En un principio pensó que se trataba de Fidel Castro, pero años después, cuando conoció a un desertor cubano llamado Benigno, le explicó que en realidad era Juan Carretero, un jefe de inteligencia cubano con el que se comunicaba Che Guevara.

Luego regresó a la habitación.

“Che Guevara, vengo a hablar contigo», le dijo. El guerrillero se le quedó mirando arrogante y respondió: A mí no se me interroga. Cuando vi esa actitud, le dije: Comandante, no he venido a interrogarle. Nuestras ideas son diferentes, pero yo a usted lo admiro. Usted fue un jefe de Estado, está aquí porque cree en sus ideales, aunque yo sé que están equivocados. He venido a conversar con usted”. Entonces, tras comprobar que no se estaba burlando y que estaba serio, después de uno o dos minutos, me dice: “¿Me puedo sentar? ¿Me puede quitar las amarras?”. Mandó a un soldado desatarlo y empezaron a charlar”, abunda.

Cuando le hacía preguntas de interés táctico para EE.UU, el Che sonreía y respondía, según Rodríguez: «Usted sabe que no le puedo contestar a eso». Pero sí hablaba de otros temas, como de su elección de Bolivia para combatir. «Me dijo que tenía tres criterios: uno, que era un país muy pobre y el imperialismo yanqui, al que le interesaban los países ricos como Venezuela, no iba a defenderlo; segundo, que sabían que el soldadito boliviano estaba muy mal entrenado, en lo cual tenía absolutamente razón, y tercero, para él lo más importante, que Bolivia tenía frontera con cinco países y si lograba tomarlo, sería fácil exportar la revolución a Brasil, Paraguay, Argentina, Chile o Perú», explica el exagente de inteligencia.

Félix Rodríguez reconoce que «había momentos que no prestaba atención a lo que me decía», ya que «tenía la imagen del Che Guevara arrogante, en aquellos abrigos en Moscú y Pekín, con los líderes soviéticos y Mao Tse-Tung, y ver aquella persona ante mí, que parecía un pordiosero, que no tenía ni siquiera botas, con la ropa andrajosa, sucio, con lo que él había sido, me daba pena».

“Si hablas con el gobierno cubano, te van a decir que el Che me dijo que no hablaba con traidores y que me escupió. Si hablas con los cubanos de Miami, que cogió miedo, pidió perdón y se arrodilló. Ninguna de las versiones son reales. Yo lo traté con respeto y él me trató a mí con respeto”, asegura.

Félix Ismael Rodríguez, en su casa de Miami con armas de entrenamiento - F. I. Rodríguez


Su muerte

La conversación se interrumpió por una llamada para el oficial de más alto rango en el lugar, que en ese momento era él, ya que el coronel Zenteno Anaya había salido. Se acercó al único teléfono que había y escuchó las instrucciones del alto mando boliviano. «Teníamos un código muy sencillo que habíamos acordado: 500, Che Guevara; 600, muerto; 700, manténgalo vivo. Y la orden fue: 500-600». Pedí que la repitieran y confirmaron: «500-600».

Luego regresó el coronel y le comunicó las órdenes del gobierno para eliminar al prisionero. Pero también le advirtió de que las instrucciones del gobierno de EE.UU. eran tratar de mantenerlo vivo a toda costa y llevarlo a Panamá para interrogarlo. La respuesta de Zenteno Anaya fue: «Félix, te agradecemos mucho tu ayuda, pero son órdenes del señor presidente y el jefe de las fuerzas armadas, que yo no puedo romper. Si no lo hago, me expulsan deshonrosamente de las fuerzas armadas».

Miró su reloj, que marcaba alrededor de las diez de la mañana, y dijo: «Tienes hasta las dos de la tarde para interrogarlo». A esa hora un helicóptero llegaría para recoger el cadáver. «Lo puedes ajusticiar en la forma que quieras, porque sabemos el daño que ha hecho a tu patria. Quiero tu palabra de caballero de que a los dos de la tarde tú me traigas el cadáver del Che Guevara», le espetó. Y el agente de la CIA respondió: «Mi coronel, trate de hacerles cambiar de idea. Pero, si no hay una contraorden, le doy mi palabra de hombre de que le llevo el cadáver del Che».

Mientras esa hora llegaba, en el helicóptero trajeron una cámara de fotos con la que el mayor Saucedo quería que se hiciera una foto al Che. «Comandante, ¿a usted le importa?», preguntó Rodríguez, a lo que el Che respondió: «No, a mí no». Le ayudaron a salir, «porque le costaba trabajo caminar por la herida en la pierna» y el agente le dijo: «Mire al pajarito». «Y ahí se murió de la risa», recuerda. Sin embargo, explica: «Como tenía conocimiento de que posiblemente lo iban a eliminar, cerré la lente, le puse 2.000 de velocidad, y esa foto no salió». En cambio, luego se hizo una con su propia cámara en la que aparece el Che cabizbajo, que es la que ha pasado a la historia como la última foto del líder guerrillero con vida, en la que el propio Félix Rodríguez aparece a su lado.

A continuación el Che sacó del bolsillo su pipa, que quería regalar a un soldado que le hubiera tratado bien. En ese momento, según Rodríguez, irrumpió el sargento Mario Terán, diciendo que él la quería. Pero el Guevara dijo: «No, a ti no te la doy». El agente de la CIA le conminó a salir y luego preguntó:

«Comandante, ¿me la da a mí?». Este se quedó pensando unos segundos y dijo: «Sí, a ti sí te la doy». Se la entregó y Rodríguez se ofreció a hacer llegar un mensaje a su familia. «Entonces -señala Félix Rodríguez-, yo diría que de forma sarcástica, dijo: “Bueno, si puedes dile a Fidel que pronto verá una revolución triunfante en América”, lo que yo lo interpreté como que decía: “Me abandonaste”. Después cambió la expresión y dijo: “Si puedes, dile a mi señora que se case otra vez y trate de ser feliz”».

Se dieron la mano y un abrazo, y el Che Guevara se echó hacia atrás, «pensando que era yo el que le iba a tirar», dice el ex agente de la CIA. Este salió de la habitación y le indicó a Terán: «Sargento, hay órdenes de su gobierno de eliminar al prisionero. No le tire de aquí para arriba -indicó señalando el cuello-, tire para abajo, porque se supone que son heridas de combate». La suerte estaba echada. «A la una y cuarto oí una ráfaga corta», recuerda. El Che había muerto.


Entradas relacionadas