El azúcar de Celia Cruz

10.21.2020
Cultura

Úrsula Hilaria Celia de la Caridad Cruz Alfonso era el nombre completo de la reina de la salsa. De origen cubano, Celia Cruz es una de las figuras más sorprendentes de la salsa, siempre con extravagantes looks, una potente voz y gran carisma.

Entre las cosas que caracterizaban a la cantante, era el constante uso de la palabra “azúcar” en sus canciones, y como muchos tenían curiosidad sobre a qué hacía referencia la palabra, un día la cantante contó que acudió a comer a un restaurante cubano en Miami y, cuando había terminado de comer, se dispuso a beber un café que le habían ofrecido en el establecimiento.

Un meso le preguntó si quería su café con azúcar, a lo que ella respondió:

“No chico, tú eres cubano y sabes que el café de nosotros es muy amargo. ¡Con azúcar, viejo! ¡Con azúcar!”, respondió Celia Cruz.


Su historia

Nació en el barrio de Santos Suárez de La Habana el 21 de octubre de 1924 (aunque algunos dicen que nació cuatro años antes y otros que en 1925).

Fue la Segunda hija de un fogonero de los ferrocarriles, Simón Cruz, y Catalina Alfonso, Celia Cruz compartió su infancia con sus tres hermanos (Dolores, Gladys y Barbarito), así como 11 primos. Entre sus quehaceres incluía arrullar con canciones de cuna a los más pequeños; así empezó a cantar.

Su madre, que tenía una voz espléndida, supo reconocer en ella la herencia de ese don cuando, con 11 o 12 años, la niña cantó para un turista que, encantado con la interpretación, le compró un par de zapatos.

Con otras canciones y nuevos forasteros, la pequeña Celia calzó a todos los niños de la casa. Después se dedicó a observar los bailes y las orquestas a través de las ventanas de los cafés cantantes, y no veía la hora de saltar al interior.

Sin embargo, sólo su madre aprobaba esa afición; su padre quería que fuese maestra, y Celia, no sin pesar, intentó satisfacerle y estudiar magisterio.

Pero pudo más el corazón: cuando estaba a punto de terminar la carrera, la abandonó para ingresar en el Conservatorio Nacional de Música. Ya por entonces cantaba y bailaba en las corralas habaneras y participaba en programas radiofónicos para aficionados, como La Hora del Té o La Corte Suprema del Aire, en los que obtenía primeros premios tales como un pastel o una cadena de plata, hasta que por su interpretación del tango Nostalgias recibió un pago de 15 dólares en Radio García Cerrá.

En la década de 1950 cobró popularidad como vocalista de La Sonora Matancera, una de las orquestas punteras de la Cuba de Batista, sin embargo, el advenimiento de la revolución cubana (1959) forzó su exilio a los Estados Unidos, donde se vinculó a los artistas latinos de Fania All-Stars e inició su carrera en solitario.

A lo largo de más de medio siglo de trayectoria artística, la indiscutible Reina de la Salsa grabó alrededor de setenta álbumes y 800 canciones, cosechó 23 discos de oro y recibió cinco premios Grammy.

¿Por qué no pudo regresar a Cuba?

Celia murió un 16 de julio de 2003 a los 78 años de edad, víctima de cáncer. Dos años después fueron publicadas sus memorias en un libro titulado Celia, Mi Vida, de donde se desprende la historia del por qué nunca pudo regresar a cuba:

“Durante los primeros meses de 1959, tratamos de seguir con nuestras vidas, como siempre, pero era imposible. Esos meses siguientes a la entrada de “los barbudos” a La Habana fueron de terribles angustias. El régimen se apoderó de todas las compañías, de todos los negocios, de todas las emisoras de radio y de la televisión. La situación se convirtió en un desmadre. Al régimen no le importaba la libertad de expresión artística para nada. Así que la Sonora y yo tomamos la decisión de irnos a México y trabajar allí en donde sí había trabajo organizado”.
“Un día el señor Quevedo, director de la revista Bohemia, me dijo que Fidel El Diablo quería conocerme. ‘Fidel te quiere conocer, dice que en la Sierra Maestra limpiaba el fusil escuchándote cantar Burundanga’ me dijo. Le contesté: ‘Si a ese señor le interesa conocerme, que venga él a donde estoy yo'. En esos días Fidel todavía se disfrazaba de buena gente. Pero había algo en mí que me hacía rechazarlo, y no me equivoqué”.

“Una noche, en el teatro Blanquita de La Habana, al terminar mi número todo el público me aplaudió. Ni esperé que se acabaran los aplausos. Viré la espalda y me fui porque Fidel estaba sentado en la primera fila. Al bajar las escaleras del camerino, vino el director artístico y me dijo: ‘Celia, qué pena que hoy no te puedo pagar, porque tú has sido la única que no le ha hecho reverencia al comandante'. Le contesté: ‘Si me tengo que rebajar para tener dinero, prefiero no tenerlo'”.
“Conforme pasaba el tiempo, la desconfianza aumentaba. Los que un día fueron amigos y a veces hasta familiares se fueron convirtiendo en espías. Hermano hería a hermano, todo por temor a ese demonio que no es nadie sin el arma del terror. Esos diablos no nacen, se hacen. Es la gente a la que manipulan quien les da poder. Aun no entiendo por qué el pueblo cubano no se dio cuenta de eso antes de que fuera demasiado tarde”.
“Ya para finales de 1959 estaba claro que la farándula tradicional cubana había perdido su importancia. El régimen usaba los medios exclusivamente para promover sus prioridades políticas. Casi toda la prensa escrita había sido suprimida y reemplazada por publicaciones oficialistas. Los estudios de televisión y las estaciones de radio independientes dejaron de existir y todo lo que se escuchaba era propaganda al estilo soviético, discursos eternos y amenazantes, juicios organizados con fines propagandísticos y novedades de fusilamientos, la mayoría de los cuales se llevaban a cabo bajo el mando de Ernesto Che Guevara. Los artistas que querían seguir trabajando debían cantarle vítores al régimen”.
“Nunca supe exactamente cómo hizo Rogelio para conseguir las salidas del país para mí y para todos los integrantes de mi Sonora Matancera, pero en ese momento él era el único que sabía que después de ese viaje jamás regresaríamos a Cuba. Al día siguiente salíamos para México en un vuelo de la Cubana de Aviación. En el aeropuerto, sin saber que era la última vez, sentí el sol de Cuba brillar en ese cielo. Me viré para atrás y vi a Ollita, mi madre, sonriente en la terraza de la terminal, y le soplé un beso. Tía Ana se paró detrás de ella y le puso una mano en el hombro, como diciéndole que no la iba a dejar sola. Eso me tranquilizó. Ahora me alegro de que en ese momento no supiera que esa sería la última vez que volvería a ver a mi madre. De lo contrario, nunca me hubieran arrancado de sus brazos”.
“Cuando salimos del espacio aéreo cubano y ya estábamos por entrar en México, Rogelio nos dijo: ‘Caballeros…' y viró los ojos para mirarme a mí, ‘éste es un vuelo que no tiene regreso'. Todos nos quedamos fríos. Algunos de los muchachos se pusieron a llorar. Recuerdo que Pedro se quedó serio, me apretó la mano y yo solté el llanto. Dejé a mi mamá, dejé mi tierra, dejé mi vida, mi familia y a tantos amigos. Mi vida, tal como la conocía, había desaparecido para siempre”.
“A principios de 1961 me llegó la noticia de que Ollita, mi madre, se había puesto muy mala. Me dijeron que estaba ya tan débil y tan enferma que ya no saldría de la cama. Quise regresar para estar con ella, pero tristemente ese viaje jamás se dio. A mí no se me permitió aguantarle la mano cuando se estaba muriendo. Fidel y su gobierno nunca me perdonaron. Me castigaron por salir de Cuba no dejándome regresar para enterrar a mi mamá. El día que la sepultaron en el cementerio de Colón sentí una rabia y una desesperación tan profundas que apenas podía con ellas. Ese día pensé que se me iban a secar los ojos de tanto llorar. Fue entonces que decidí no pisar nunca más suelo cubano hasta que no desapareciera ese sistema. Y por las dudas de que si desaparezca antes de que me muera ya me compré un terreno en un cementerio de la ciudad de Nueva York. Mientras Castro esté en el poder me rehúso a que me entierren en Cuba, aunque eso signifique que no reposaré al lado de mi Ollita en el cementerio de Colón”.
“En agosto de 1993 estaba yo en Bogotá presentándome en el Festival de la Cerveza. Justo en esos días Castro andaba por allí, invitado por el presidente César Gaviría. En la rueda de prensa, a un periodista que lo trató de ‘presidente’ le pregunté por qué le decía presidente a uno que no fue elegido democráticamente. Le dije que Fidel Castro no era presidente, que sólo era un vil dictador. En lugar de preguntarme por mis cosas, todos me acosaban con preguntas sobre la visita de Castro a Colombia. Eso me fastidió y di por terminada la rueda de prensa”.
Pero antes de retirarme les dije: No entiendo por qué en lugar de preguntarme a mí por él no van ustedes a preguntarle a ese señor por qué vino hasta aquí en su avión, gastando tanto combustible cuando el pueblo cubano no tiene cómo conseguir combustible en ninguna parte. Ya debieron haberle preguntado por qué tuvo que traer a Colombia un segundo avión lleno de comida y bebida para su uso privado cuando en Cuba la gente se está muriendo de hambre. ¿Por qué no van a preguntarle por qué los exiliados cubanos tienen que enviar dinero a Cuba para que pueda comer un pueblo que se está muriendo de hambre en una isla tropical? Es bastante irónico que hasta hace un par de años si te pescaban con un dólar en Cuba te enviaban a la cárcel por veinte años y que ahora ese señor quiera que los exiliados enviemos dólares para darle de comer a la gente que él no puede alimentar. La única razón por la cual vino a Colombia es porque anda por todo el mundo pidiendo limosna. Necesita dinero y hará todo lo posible para conseguirlo. ¿Por qué no van a preguntarle también qué pasó con las langostas que tanto abundaban en Cuba pero que por alguna razón ahora han desaparecido de las cocinas cubanas? ¿A dónde se fueron? ¿Serían para la exportación, para que le entre un poco de dinero a él directamente? Claro. Para él hay suficientes langostas. Sólo échenle un vistazo a toda la comida que trajo con él a Colombia. Por último, les cuento que ese hombre no me permitió volver a mi país cuando mi madre se estaba muriendo. Aunque intento ser una buena cristiana, jamás podré perdonarle eso”.
“En el otoño de 1993, el productor Quincy Jones nos invitó a Liza Minnelli, a Vicky Carr y a mí a cantar en la Cumbre de las Américas que se iba a realizar en Miami, donde iban a estar todos los presidentes de América Latina y también el de los Estados Unidos, Bill Clinton. Yo salí a cantar mi tradicional Guantanamera, y en una parte de la misma que lleva un solo de violín aproveché para decirles: ‘Señores presidentes, por favor, en nombre de mis compatriotas, no ayuden más a Fidel Castro, para que se vaya y nos deje una Cuba libre de comunismo’. Lo que hice ese día me nació del alma y causó un tremendo escándalo, pero era necesario hacerlo. En mi país hay gente que va a la cárcel durante muchos años por decir lo que dije ese día. En esa Cumbre, Dios me dio la oportunidad de hablar ante esos presidentes y no podía dejarla pasar. Si no, hubiera sido como darle la espalda a todos mis principios más básicos”.

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