Por Erubey Gutiérrez R.*
“En pie de guerra el mártir y el desertor El tibio y el kamikaze Puestos a desangrarnos, tu contra yo ¿Por qué no hacemos las paces?”
J. Sabina -Pie de Guerra-
El tema es inevitable: Culiacán. No hay forma de dejar pasar el momento más complicado del gobierno de López Obrador, superando crisis tan complicadas como la explosión de Tlahuelilpan, y las masacres de Veracruz, Michoacán o Morelos. La difusión de estos hechos ha dado ya la vuelta al mundo y están poniendo en una verdadera encrucijada al gobierno federal.
Pero como siempre, aquí tratamos de ir más allá de las cosas, no solo de las notas, de las tendencias de aliados y adversarios al gobierno. Por que sumarnos a la marea de descalificaciones, de odios, de reproches, de señalamientos… eso no abona, ni abonará para que este pobre país recobre algo de calma por lo menos. Así que veamos el panorama que se nos presenta a todos como sociedad, como Nación, para que podamos dimensionar el nivel del problema. Por que es un gran problema.
Desde hace muchas décadas todos sabemos que el narcotráfico está enquistado en el sistema político mexicano. Con dinero, con recursos, con favores, con aliados, el gobierno y el narco van de la mano casi en paralelo. Muchas veces ya se preguntan si tal o cual candidato va con tal o cual cartel o grupo criminal de padrinos. Esto es vox populi. Pero lo verdaderamente delicado es cuando ese caminar paralelo se ha vuelto entrecruzado y se han dado eventos tan devastadores como los del sexenio de Calderón, y ya en menos medida con Peña Nieto.
Las fuerzas de seguridad en México no existen, no sirven, no operan. Ni las federales, ni las estatales y mucho menos las municipales. Es por ello que se ha ido insertando a las fuerzas militares al combate al crimen organizado; sin embargo, el lento proceso legislativo para darle una forma a las acciones del ejército y marina en las labores de seguridad fueron tiempos perdidos que cobraron miles de vidas. Hoy día se tiene un marco jurídico más o menos construido para hacer frente a la delincuencia, pero no es suficiente y ya nos lo aventó a la cara Culiacán la semana pasada.
La estrategia que el presidente ha sostenido desde que ganó las elecciones es la de combatir las raíces del problema: desigualdad, pobreza, educación, desempleo, etc., estos puntos han sido la columna toral de sus políticas públicas. Se han implementado programas de apoyo a jóvenes, tanto estudiantes, como los que no tienen un empleo formal. El dinero destinado a ello ha costado la reducción de muchos otros programas y sobre todo presupuestos de dependencias tan sensibles como la salud o la propia educación a nivel universidades. Lo bueno: el grupo objetivo de los programas está definido y se pueden medir los resultados. Lo malo: no hay indicadores en los programas para que se pueda medir el impacto real del recurso invertido. En políticas públicas hay una máxima muy clara: si no se puede medir, no sirve.
Por el lado institucional, se desapareció el centro de inteligencia nacional (el CICEN), así como los presupuestos para nuevo armamento y equipo. Se recortaron las transferencias federales a los
estados para seguridad pública. No hay conclaves nacionales para la revisión y seguimiento de los índices delictivos del país. El aparato efectivo de seguridad está en plena metamorfosis, de la desaparecida Policía Federal a la Guardia Nacional, proceso que tampoco fue terso y ordenado.
Así que lo sucedido en Culiacán no tiene nada de nuevo (como muchos lo han señalado), ya que el Estado ha tenido que retroceder cuando el panorama no era favorable para la seguridad de los elementos de combate, como de la propia ciudadanía; la cosa aquí ha sido el mismo talón de Aquiles de este gobierno: la comunicación. Tener un solo canal de comunicación, llamado Andrés Manuel López Obrador, ha causado que las distorsiones sobre los hecho estén aún hoy día, a la orden de cualquier usuario de redes sociales. Hay más versiones de los hechos (entre oficiales, extraoficiales y fake news) que de la existencia de vida en otros planetas. Cuando hay tantas razones, es que todo puede ser mentira.
No fue un error buscar detener al hijo del Chapo sin respaldo táctico suficiente. No fue un error no haber podido controlar las reacciones de los miembros de ese cartel. No fue un error liberar al prisionero ante el riesgo de una escalada mayor y casi inmediata de la violencia con muertes de civiles incluida. El error verdadero de este gobierno es que todos vimos lo que pasó y al final ellos (los gobernantes) se enredaron en sus propias palabras y evidenciaron que no tienen el control de nada: ni de la estrategia, ni de la comunicación social de los hechos, y a este paso podríamos decir que ni de las fuerzas armadas y la GN.
No puedo decirles que pasará después de Culiacán, porque me voy a equivocar, sin lugar a dudas, ya que desde presidencia no cambiaron el discurso, en el gabinete de seguridad no imperó la congruencia, ni la honestidad de decir “fallamos en todo”, y en las redes sociales los simpatizantes del gobierno solo se limitaron a repetir sus mantras “antes estábamos igual”, “no te quejabas antes”, “están dolidos”. Estos errores conllevan a perder el control de lo que pasa en la opinión pública, y por eso gente de letras, tanto afines como opositores al gobierno, se han desvivido en señalar que las cosas se hicieron mal y que liberar al hijo de Guzmán Loera fue un clavo oxidado clavado en la mano derecha del líder, oh gran líder, de Palacio Nacional.
El camino es muy claro: sin conceder debieron reconocer el error desde un inicio, sin importar la persona se debió dar las gracias mínimo al Secretario de Seguridad y a varios mandos regionales de las fuerzas armadas y de la propia GN; y por último, no enfatizar tanto en el tema de la paz y armonía como políticas públicas. Puedes ser un pacificador, sin tener que predicar en el monte, porque entonces te vuelves un profeta, un mesías, no un líder de una Nación que ya esta lastimada gravemente por la violencia y la impunidad del crimen organizado. La paz no construye Naciones, la paz es el triunfo de una Nación sobre sus adversidades y eso crea cultura y trascendencia.
*Politólogo y Maestro en Administración Pública