Canibalismo: la cara oscura del México Prehispánico

12.4.2019
Historia

La aventura caníbal de Cortés tiene su origen en 1518, año en que el gobernador de Cuba, Diego Velázquez, puso a este conquistador (entonces un mero terrateniente local) al mando de una armada de 11 navíos y 600 hombres.


Dejando a un lado las diferencias entre ambos (las cuales provocaron varios enfrentamientos posteriores en el Nuevo Mundo), Cortés partió hacia México con el objetivo de hacer valer las creencias de Su Majestad Carlos I. «El día 10 de febrero del año 1519 salió Hernán Cortés de la Habana con 11 buques. […] Dirijiéronse a la isla de Cozumel, donde llegaron felizmente: desembarcaron, y Cortés pasó revista general de sus fuerzas», explica Gil Gelpi y Ferro en su obra « Estudio sobre la América». Posteriormente, y tras varias idas y venidas a lo largo de la costa, la expedición arribó a Tabasco (al sur del país).


Fue en esta zona donde, según explica el propio Michael Harner en su artículo «Bases ecológicas del sacrificio azteca», los españoles tuvieron su primer contacto con el canibalismo local. Todo ello, después de haber vencido varias veces a los nativos.


El conquistador Andrés de Tapia (1498-1561) así lo confirma en su obra «La conquista de Tenochtitlán»: «[Los nuestros] hallaron alguna gente con quien pelearon, e trajeron ciertos indios; e llegados al real dijeron cómo ellos se andaban juntando para nos dar batalla e pelear a todo su poder para nos matar e comernos». Parece que al español le llamó la atención esta amenaza, pues en las siguientes líneas de su escrito vuelve a hacer referencia a ella: «Alguna gente que andaba de guerra entre unas acequias e rías decien a los nuestros que dende a tres días sería junta toda la tierra e nos comieren».


Fue un lúgubre preludio de la verdad que les esperaba al adentrarse más en el Imperio azteca. Después de varios combates, Cortés reembarcó con sus hombres y se dirigió hacia el norte bordeando la costa. Recorridos unas decenas de kilómetros, volvió a tierra y fundó la ciudad de Veracruz (llamada así, según Francisco López de Gómara, debido a que entraron en la región el «viernes de la Cruz»). Desde allí envió a uno de sus lugartenientes, Pedro de Alvarado (1485,1541), a reconocer el terreno.


Este conquistador fue el siguiente en darse de bruces con el canibalismo azteca. Al menos, así lo confirma Bernal Díaz del Castillo en sus escritos. Concretamente, el cronista dejó patente que en todos los pueblos que tomaban los españoles había «cues» (pequeños templetes con forma de pirámide) repletos de cadáveres a los que se les había arrancado el corazón como ofrenda.


«Dijo el Pedro de Alvarado que habían hallado en todos los más de aquellos cuerpos muertos sin brazos y piernas e que dijeron otros indios que los habían llevado para comer, de lo cual nuestros soldados se admiraron mucho», añade el clérigo. En otra expedición (la que fue enviada a Cempoala), el explorador también señaló que «cortábanles los pies y los brazos y las piernas y los comían».


Otro tanto ocurrió en el verano de 1519 cuando Cortés llegó a Tlaxcala, uno de los pueblos que se resistía a rendir pleitesía a los mexicas y a su emperador, Moctezuma. Tras arribar la región, Bernal Díaz del Castillo no pudo evitar sorprenderse al ver no solo que era habitual el canibalismo, sino que encerraban en jaulas de madera a aquellos que iban a ser sacrificados y se les cebaba «hasta que estuviesen gordos para sacrificar y comer». El extremeño intentó convencer, a partir de entonces, a los nativos de que abandonasen aquella horrible práctica, pero fue totalmente inútil. Y es que, como explica el cronista, «en volviendo la cabeza hacían las mismas crueldades» una y otra vez.

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