19 de junio: el día que fusilaron a Maximiliano en Querétaro

6.23.2022
Historia

Fue en 1867, en medio de un México sumido en el caos de una guerra entre dos corrientes ideológicas, libertadores contra conservadores, que el nombrado segundo emperador de México, Maximiliano de Habsburgo fue fusilado en el Cerro de las Campanas en Querétaro; en concreto un 19 de junio de 1867.

Maximiliano de Habsburgo

La llegada de Maximiliano a México

Maximiliano fue invitado por el sector conservador de México a gobernar la nación, sin embargo, se encontró sumergido en un contexto donde, a pesar de tener ideas progresistas, no le era del agrado a un gran sector de la población y de la política debido a que se había postrado del lado enemigo, es decir, del conservador, sector que luego de perder la Guerra de Reforma frente a Juárez y su lado liberal, solicitaron a Napoleón III la restauración de sus beneficios y la instauración de un imperio en México con la intensión, argumentaban, de salvar el país, situación que llegaba como pieza faltante al rompecabezas que se había gestado tras la suspensión del pago de la deuda externa por parte de México a España, Reino Unido y Francia.

Napoleón tenía en el panorama la mesa ideal para concretar su sueño expansionista con Francia. Un México convulso por caos social, en quiebra y presto para ser nuevamente conquistado. Fue en 1863 cuando las tropas francesas ocupan la capital del país y Juárez, entonces presidente de México, traslada los poderes al norte para idear una estrategia que permitiera vencer a los invasores. En tanto, el ala conservadora, en alianza con Francia, pretendía legitimas la instauración de un régimen monárquico que echara abajo las Leyes de Reforma y regresara el poder.

Aquí, el rompecabezas visualizado por Napoleón continúan cobrando sentido: deseaba estrechar lazos con Austria, por lo que el hermano del emperador Francisco José de Austria lucía como el candidato idóneo para imponer el orden en México, se trataba de Maximiliano de Habsburgo, a quien a través de los conservadores, le ofrece el trono en Trieste. Al aceptar, Maximiliano queda a la merced de Francia, Napoleón III y sus tropas que para ese momento, mantenían el control total de nuestro país.

Una comisión de conservadores mexicanos viaja a Trieste

El segundo imperio: una desilusión para los conservadores

Fue el 8 de mayo de 1864 cuando Maximiliano y su esposa, Carlota, desembarcaron en Veracruz. El ala conservadora lo había hecho todo: aliarse con el enemigo, tejer una vía para la restauración de sus beneficios en México y "legitimar" un nuevo régimen, el monárquico. Sin embargo, no contaban con las ideas progresistas de Maximiliano que al conocer las Leyes de Reforma decidió no anularlas, sobre todo en la parte donde el estado expropiaba los bienes de la Iglesia católica. A esta se le sumaron las reformas agrarias, la libertad de religión y la extensión del derecho al voto.

Ahora las cosas estaban más difíciles para Maximiliano pues poco a poco perdía el apoyo de los conservadores en México, quienes habían depositado en él la esperanza de recuperar el poder perdido con Juárez. Ahora, el austriaco tenía como único aliado a Napoleón III, pues los conservadores se sentían traicionado y los liberales le consideraban un invasor a pesar de sus ideas tan similares a su líder oaxaqueño.

Maximiliano de verdad intentó crear simpatía entre los mexicanos y su imperio: se vestía de charro, aprendió español, remodeló icónicos pasajes y edificios como Avenida Reforma y el Castillo de Chapultepec, sin embargo, tal cual lo advirtió Carlota, jamás dejó de ser un príncipe extranjero cuyo único pilar político residía en Francia.

El castillo de Chapultepec
Fue el Castillo de Chapultepec la residencia de Maximiliano.

Maximiliano y la doctrina Monroe

El fin de la guerra civil en Estados Unidos dejó en franca paz dicha nación y le permitió preocuparse por los sucesos en sus alrededores, sobre todo en México. El presidente estadounidense, Andrew Johnson, ejercía cada vez más presión sobre Francia para que desocupara México. Al norteamericano no le agradaba nada la idea de que una potencia europea como los galos, estuvieran ocupando territorio de su vecino del sur, cuestión que se combinó con el conflicto bélico que sostenía Napoleón III con Prusia, circunstancias que le obligaron a retirar sus tropas de México.

Todo este panorama es aprovechado por Juárez y sus tropas liberales, que poco a poco avanzaron hacia el centro del país y lo recuperan en 1866. Carlota, preocupada por el contexto cada vez más oscuro en el que se tambaleaba el imperio de Maximiliano, viaja a Europa para pedir apoyo de Napoleón III y el Papa Pio IX, sin embargo, ambos le niegan la petición.

Maximiliano al verse acorralado, intenta abdicar, sin embargo el honor de su familia se lo impide., entonces decide refugiarse en Querétaro junto a nueve mil hombres, cuya manutención dependería de la ciudad en la que se escondía, cuestión que eventualmente llevó a un colapso a la ciudad, especialmente debido al sitio que las fuerzas liberales ejercieron sobre ella. El general Mariano Escobedo, al frente de las tropas, protagonizó crueles batallas hasta doblegar la defensa imperial de Maximiliano el 15 de mayo de 1867, recibiendo la espada del austriaco y haciéndole prisionero.

En total fueron cerca de seiscientos militares imperialistas los que se transformaron en prisioneros de Escobedo y su ejército. Los mantuvieron cautivos en el templo de la Cruz, a Maximiliano en el área del convento, para luego ser trasladado a Teresitas.

"Es un bello día para morir"

El consejo de guerra cuyos juicios se desarrollaban en el Teatro Iturbide, hoy Teatro de la República, había determinado la pena capital para los generales de Maximiliano, Miguel Miramón y Tomás Mejía, además del mismo Maximiliano. La fecha, el 16 de junio, el mismo día que le fue notificado, sin embargo, para la 1:00 de la tarde, Juárez había determinado que se reprogramara tres días más tarde.

Fue a las 6:30 de la mañana que el coronel Miguel Palacios arribó a la celda de los imperialistas para trasladarles al que sería su última morada: el Cerro de las Campanas. "Estoy listo", exclamó el austriaco quien en efecto, ya se había convencido de que el fusilamiento era una forma honorífica de concluir su paso por México, sobre todo para su familia, quienes le obligaron a permanecer hasta el último segundo en tierras mexicanas.

En medio de un despliegue de 4 mil soldados, Maximiliano, Miramón y Mejía, arribaron al Cerro de las Campanas. Eran las 7:00 de la mañana, frente a un amanecer pleno, Maximiliano expresó, "es un bello día para morir".

Pintura de Manet

"¡Muera el imperio! ¡Viva la República!"

Un muro de adobe marcaba el punto en donde las tres vidas se extinguirían. A manera de despedida, Maximiliano da un fuerte abrazo a sus generales y pide a Miramón que se coloque en medio: “General, un valiente debe de ser admirado hasta por los monarcas”. Después, dirigiéndose a los presentes, alza la voz y dice: “Voy a morir por una causa justa, la de la independencia y la libertad de México. Que mi sangre selle las desgracias de mi nueva patria. ¡Viva México!”.

Por su parte, Miramón rechazó el mote de traidor, “protesto contra la acusación de traición que se me ha lanzado al rostro [...]. Muero inocente de este crimen”. Finalmente, Tomás Mejía, el queretano, sostuvo la mirada a los soldados del pelotón de fusilamiento, duro, tal cual fue en funciones.

Son tres escuadras de siete tiradores cada una; una para cada prisionero. Su jefe es el capitán Simón Montemayor, de 22 años, originario de Villa de Santiago, Nuevo León. Como una petición especial, el emperador solicitó que se escogieran buenos tiradores y que apuntaran al pecho; así que sólo experimentados sargentos integran su pelotón de ejecución: Jesús Rodríguez, Marcial García, Ignacio Lerma, Máximo Valencia, Ángel Padilla, Carlos Quiñones y Aureliano Blanquet. Los soldados preparan sus mosquetes; son rifles Springfield de un solo tiro, fabricados en Har-per’s Ferry, Virginia, EUA.

El capitán Montemayor mantiene su espada en alto. De golpe la deja caer y al rasgar el aire se oye el grito “¡Fuego!”. Una descarga cerrada, uniforme, estruendosa, cruza el espacio por encima de las tropas republicanas y los reos caen al suelo. El capitán aún distingue signos de vida en Maximiliano y le ordena al sargento Aureliano Blanquet cargar nuevamente su rifle... Le dispara directo al corazón.

Son las 7:10 de la mañana. El eco de los disparos rebota en las esquinas de la ciudad. A continuación todas las campanas de Querétaro repican al unísono. Muchos soldados, emocionados, rompen la orden estricta de silencio y gritan: “¡Muera el Imperio! ¡Viva la República!”.

Redacción IMGRicardo Sánchez

Lic. en Ciencias de la Comunicación

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